Distorsión de la autoimagen y estándares irreales en la era de la IAG
La inteligencia artificial generativa (IAG) ha revolucionado la edición de imágenes y videos, permitiendo modificar la apariencia con un realismo impresionante. Aplicaciones avanzadas pueden afinar rostros, estilizar cuerpos, eliminar imperfecciones y aplicar maquillaje en segundos, creando versiones idealizadas de las personas. Aunque estas herramientas pueden parecer inofensivas o incluso creativas, su uso masivo representa un riesgo significativo: la distorsión de la autoimagen y la normalización de estándares de belleza inalcanzables.
El peligro radica en que estas modificaciones generan una desconexión entre la apariencia real y la digital, afectando la autoestima y la percepción del cuerpo. Pierre Lévy (1995) plantea que lo virtual amplía lo real, pero en este caso, lo reemplaza con una versión artificialmente perfeccionada. Al ver constantemente imágenes editadas, muchas personas desarrollan inseguridades y una insatisfacción persistente con su apariencia, comparándose con un ideal inalcanzable. Un claro ejemplo es el auge de filtros y ediciones extremas en redes sociales, donde la imagen alterada se convierte en la norma, reforzando la idea de que solo una versión “mejorada” es válida. Esta virtualización de la belleza plantea la necesidad urgente de una mayor alfabetización mediática para diferenciar entre lo auténtico y lo digitalmente construido, evitando que estas herramientas refuercen inseguridades y contribuyan a trastornos de la imagen corporal.